Qué os podría contar. Sigo con mi vida: viajo, voy al cine, al teatro, a conciertos… hago todo lo que hacía antes; y cuando no escucho bien, pregunto. Son muchos años. Desde el 1950 llevo audífonos; me los habré cambiado unas cuatro veces, hasta que la última vez, cuando ya no podía atender el teléfono y cada vez tenía más molestias, acompañada por mi hijo, fui a pedir una segunda opinión. Me realizaron todas las pruebas, me derivaron al Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona y al cabo de un año, para noviembre de 2010, pasé por quirófano para implantarme. Durante ese mes y medio previo a la colocación del dispositivo externo, para la comunicación, mis hijos me escribían e incluso ideamos estrategias varias para cuando recibía visitas: luces para cuando tocaran al timbre de mi casa, citas planificadas con el preaviso de mis hijos que venían a decírmelo, luces para cuando sonara el teléfono para saber que habían llegado… Parece una odisea, pero fue menos aparatoso de lo que parece. Estaba bien en casa, de hecho, al no escuchar nada, solo me sentía segura ahí; no quería salir a la calle, tenía que ir acompañada.
Se acercaban las Navidades y yo ya fui avisando a mi familia de que ese año no iba a ser. Mas, de repente, al ponerme el procesador, todo cambió. Les dije a mis hijos que ya no hacía falta que me acompañasen a comprar, que ya podía ir sola. Y celebramos las Navidades del 2010. Y en marzo del 2011 me fui a Nueva york. Sola. Bueno, un viaje programado, con una guía. La verdad es que pensaba que no podría viajar porque necesito el despertador para llegar a tiempo a los sitios. Me dijeron que me comprara un despertador. Y yo les decía “pero si yo ya tengo uno”. “Que no, uno especial”, me recomendaron. Y adquirí uno específico para personas con discapacidad auditiva. Eso me dio mucha seguridad para viajar.